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lunes, 20 de noviembre de 2017

Fray Leopoldp

Antonio tenía acumulados varios años de consumo de cocaína, y su rutina estaba dirigida a buscarse la vida, conseguir la dosis diaria necesaria y, pasado los efectos, repetir la secuencia.
Ese día se encontraba en la Plaza de Capuchinos, cerca de la imagen de fray Leopoldo, cuando una vecina, que sabía toda su historia, se le acercó para saludarle y le comentó que la imagen era de un fraile de Alpandeire muy milagroso, y le aconsejó que le pidiera ayuda. Antonio apenas la atendió pues no creía en esas cosas. A la semana siguiente fue atropellado por un coche y con fractura de ambas piernas tuvo que ingresar en el hospital, y entre las intervenciones, su forzada inmovilidad, y los antiinflamatorios, sedantes e hipnótico, tuvo que dejar de consumir, y en uno de los días más difíciles, tuvo la visita de la vecina que le traía una estampa de fray Leopoldo con una revista en la que se publica  los favores que concede a los  personas que se lo piden; por aburrimiento, y algo de curiosidad, empezó leer algunos de ellos pero los valoraba como cuentos chinos.
Cuando le dieron el alta, sólo salía de su casa para la rehabilitación, y  acompañado de una soledad que le hipotecaba hasta el deseo de consumir, fue cuando el asunto empezó a complicarse; ausente del presente, rumiando un pasado lleno de remordimientos y un futuro lleno de oscuridades, su vida era casi vegetativa. Un día mirando la estampa del fraile colocada en la mesilla de noche, decidió de una manera impulsiva y repentina, ir a Alpandeire, pero más como un mecanismo de alivio momentáneo a su desesperación, que como posible solución; "¿Qué puedo perder?", se preguntaba.Terminada la rehabilitación, su hermano se ofreció llevarlo en su coche junto a sus padres. Durante el camino se arrepintió varias veces de lo que estaba haciendo por que no sabía, ni por qué ni para qué iba, y desde luego qué iba a hacer cuando estuviera ante la imagen del fraile.
En el pueblo, Paquito, que es un joven voluntario que se ofrece como guía a los visitantes, los condujo a la casa museo en la que nació y vivió Fray Leopoldo antes de entrar en el convento, y que la familia ha rehabilitado: sencillez, pobreza, humildad y austeridad señalan y recuerdan su estilo de vida. La vivienda tiene una habitación pequeña, silenciosa, recogida, aislada por una cortina y dedicada a oratorio, donde el busto del fraile, en una suave penumbra, invita a una intimidad, y muchos son los que se quedan un rato para decirle cosas, porque aunque proclamado oficialmente beato, el pueblo directamente lo ha canonizado y lo implora cono santo.
Antonio salió con una inquietud extraña en su cabeza y en silencio subió al monumento del fraile que se encuentra a la salida del pueblo y sobre un montículo que sobresale, y que parece decir que él está allí para, día y noche, proteger y cuidar a sus panditos. Al llegar, se colocó a los pies de la imagen; el rezo de un grupo de personas, las flores, los rosarios sobre su figura, algunas velas encendidas, el ambiente de respeto y devoción, y la serena belleza del paisaje, le hizo cerrar plácidamente los ojos. Al poco tiempo, le sorprendió una sensación creciente de angustia y, con el corazón encogido por la emoción, abundantes lágrimas inundaron sus mejillas. No sabe cuándo sintió que una mano acariciaba con delicadeza su cabeza, y una intensa experiencia de paz, gozo, libertad y alegría se apoderó de su persona. Este suceso le ocupó su mente durante varios días y le hizo ir a la consulta para saber si era una alucinación o paranoia por los daños y secuelas que la droga había dejado en su cerebro. Su conducta ha sido la que ha respondido: su madre afirma con rotundidad que su hijo ha cambiado y ya es el niño que era antes de meterse en la droga; la convivencia familiar se ha normalizado, se encuentra en proceso de recuperar su trabajo y la droga no es ni siquiera un recuerdo.
Antonio no tiene dudas que la mano del fraile ha sido la que le ha despertado a espacios interiores que le han motivado para hollar una ruta en la que empieza a descubrir el significado y sentido de su vida y que le hace consolidar, con esperanzas argumentadas, perspectivas existenciales en las que la felicidad ha dejado de ser una utopía para convertirse en una realidad que va consiguiendo en el día a día. "Y es que el fraile es mucho fraile", repite con frecuencia.

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